Domingo 27 de octubre de 2013
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):
En aquel tiempo, a algunos que,
teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a
los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a
orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba
así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los
demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.” El publicano,
en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al
cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de
este pecador.” Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido.»
Palabra del Señor
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Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
José Antonio Pagola
San Lucas (18,9-14)
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¿QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?
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La
parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos
cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios
arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el
publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el
relato puede despertar en nosotros este sentimiento: “Te doy gracias,
Dios mío, porque no soy como este fariseo”.
Para escuchar correctamente el mensaje de
la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para
criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.
La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”.
¿Que clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un
fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud
pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por
eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como
él.
El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”.
Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su
vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No
juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.
La parábola es una penetrante crítica que
desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante
Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra
supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como
nosotros.
Circunstancias históricas y corrientes
triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos
especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la
parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores
que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no
practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la
conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás
sin vivir convirtiéndonos a Dios?
Recientemente, ante la pregunta de un
periodista, el Papa Francisco hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para
juzgar a un gay?”. Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al
parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un
Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad
ante Dios
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